Web oficial del escritor onubense
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Ciudades deshabitadas: una distopía actual

Distopía-actual
Imagen del juego Silent Hill

Este texto lo escribí hace casi diez años. En él se pueden apreciar muchos errores de autor novato, de una persona que da sus primeros pasos en el mundo de la literatura. Por ese motivo no he querido modificarlo, ni maquetarlo ni darle el ritmo que debería tener. Sin duda es parte de su esencia.

Os dejo un crítica al mundo en el que vivimos. Una distopía actual de relaciones vacuas.

Texto íntegro de una distopía en 2009

Recuerdo cuando de pequeño me pasaba horas y horas jugando al Silent Hills, aquel videojuego en el que el protagonista deambulaba envuelto en una escalofriante atmósfera de niebla y oscuridad. Un ambiente de soledad absoluto solo interrumpido por la presencia de unos inquietantes seres descerebrados obcecados en atemorizar sin ton ni son.

Como en aquel juego, hoy nuestras ciudades han quedado reducidas a niebla y soledad. Ciudades deshabitadas y no por falta de habitantes, pues gente hay de sobra. Y digo gente, porque todo aquel que me conoce sabe que los conceptos de gente y persona carecen de sinonimia para mí.

A lo que iba, miles, digamos de “seres humanos”, vagan sin rumbo, o, mejor dicho, con rumbo pero sin razón. Esta frase igual carece de concreción, pero os aseguro que no esconde una reflexión baladí.


El problema de las nuevas tecnologías

Vivimos en la era de las tecnologías, de los avances y de las conexiones. Si antes el mundo era un pañuelo, ahora es un pellizco de ese pañuelo. La famosa teoría de Duncan Watts, aquella de los seis saltos, se cumple indudablemente gracias a Facebook y a otras redes sociales.

Todos unidos. Parece maravilloso, ¿verdad? Entonces, ¿cómo explicamos que cada vez nos sintamos más solos?

La irrupción de las nuevas tecnologías nos ha dotado de herramientas que nos acercan la información de una manera que no podía ser soñada unas décadas atrás. El bueno de Steve, que en Paz Descanse, nos lo vendió como la panacea: <<permanezcan comunicados con el mundo>>, dijo.

Pero se olvidó del precio. El precio que pagamos por disfrutar de aquella comunicación. No, no me refiero a los costes económicos, eso lo dejo para las insensibles compañías del sector, me refiero a los costes personales. Al empobrecimiento despiadado de las relaciones humanas, a la esclavitud moderna, a la esclavitud frente a las máquinas.

Suena a distopía actual, ¿verdad?, pues ni Huxley ni Orwell. Hemos renunciado a privacidad, a la libertad y, lo más importante, al calor humano. Todo ello sin darnos cuenta.

En esto días, en los que un toldo de polvo sahariano ha velado el cielo de gran parte de la península, me he permitido el lujo de pensar y, sobretodo, de observar. Desde la ventana de mi habitación pude otear aquellos cuerpos caminando como almas perdidas.

En estos días pude observar a aquellos cuerpos que se sentaban en bares en compañía de seres humanos, pero no hablaban. Cuerpos que comían, pero que no degustaban. Cuerpos que compartían su vida con la red y despreciaban la calidez de la compañía.

Vidas que se resumían en fotografías sin alma, solo poses que ocultaban los sentimientos que fluían en aquel momento -no existen fotos tristes- y “me gusta”, “retuit” o “fav”, cuantos más, mejor.

Para aquellos cuerpos aquel que no está es más valioso e interesante que el que está: <<estoy hablando con Pepito, espera>>. Y no digo que siempre estén equivocados, pues es cierto que todos hemos tenido alguna vez a una persona trascendental, que no hemos podido tener cerca cuando más lo necesitábamos.

Pero es posible que la persona más importante se halle justo a nuestro lado y la descuidemos para atender superficialmente al de lejos. Todo ello por una adicción a las pantallas que nos priva del calor humano. De las voces en directo, de los abrazos y de las sonrisas sin emoticonos. No hay derecho.

He estado días observando. Yo, al igual que tú, debo recitar aquel manido y estúpido latinazgo del mea culpa. Porque yo también descuidé a personas.

Sin duda vivimos en una distopía actual, de novela. ¿Vivimos en 1Q84 de Haruki Murakami?

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